[Atractores asientos]

Soñaban despiertos con crear su propio cobijo. Un puente entre orillas de sentires extensos. Apaciguados. Imaginaban cada detalle de su mismo horizonte. ¿En qué espacio podrían al fin asentarse? Sorbían los aros cómplices en humos de marfil.

Y pasó la siempre nube de incierto color. Al principio la vieron, sintieron el frío, sintieron sus hombros encorvados, el crujir de los asientos. Mas su vista deslumbraba aún la ensombrecida reciente escarcha. Fiel a su recorrer constante en espiral y casi previsible, tiñó entonces el cielo su manto gris con ojos de silencio.

Y se quedaron vacíos un taburete frente a una silla.
Siempre llenos, aunque a simple vista no se percibía.

Mas la belleza no se difumina,
no,
ni con nubes, ni materia, ni torpezas.

El velo de vapor se levantó como predicho por Lorenz, siguió su recorrido hasta otros salones. Siempre pasan, es ley, hasta la tormentas más estelares.

El taburete y la silla se miraron. Habían recobrado su determinación. Y de la nada decidieron quedarse orilla a orilla -o juntos- mejilla a mejilla.

Los cuentos varían según la brújula posada en la mesilla.
Centrípetos puentes centrífugos muelles

Ellos son, sin materia son.
Su mirada es, sin mirada desaparecen.

Los asientos se cayeron, se tocan ahora exhaustos. Se sienten aunando volcán, la cama les espera desnudos. Los tal vez en el pasillo indolentemente abandonados sueñan con ser desvestidos.

Adiós, hasta la vista, o sí, no temáis, en todo caso, la renuncia es un no en sí que en puerta abre nuevos y deseados horizontes.

#mujerdepalabra

Arte: Rhed Fawell – The high