Jugaban a las cartas con los universales mientras se sentían eternos. Sentirse eterno es saberse mortal.
Mientras tanto, el gran Ben vigilaba la puerta. Le llamaban el gran Ben por su fuerza y sus dones para ser un amigo perfecto, porque en cuestión de estatura era más bien pequeño. Siempre tenía la palabra justa, el pecho abierto.
Frente a frente Pamela y Jim sacaban sus ases de corazones. La baraja estaba llena de ellos. Cincuenta y uno para ser exactos. La partida consistía en saber quién iba a sacar esta vez el único as de picas.
En medio de la mesa un revólver, una flor y un recuerdo.
Jim miraba alto y era silencioso cuando no hablaba de su gran golpe. El golpe del siglo, el golpe que lo iba a cambiar todo.
Pamela era flexible y fuerte. Su carácter oscilaba entre las dos vertientes, siempre conectada con sus emociones. Le había costado años llegar a ese amor por sí misma. No iba a permitir que las circunstancias volvieran a ponerla frente a un ventana por la que trataran de empujarla. Ya había elegido la vida. Pero seguía jugándosela.
O eso parecía.
Aquel día hacía frío dentro y calor fuera. Siempre pasaba cuando se jugaban el amor sobre la mesa.
¿A quién le toca?
A mí
¡Pam!
As de corazón. Acechado, el pecho en vela.
Flash, destello, conexión súbita. Un as de corazón es una flecha, una posibilidad de comprender un poco más la existencia.
Le toca a ella. Y siempre baja de un centímetro sus hombros a la defensiva cuando le pasa. Se siente un poco más conectada. Un poco más enraizada. Un poco más ella.
Solo quedan tres cartas.
Jim empieza a sudar. Se presiente en el ambiente que llegado su turno, las probabilidades de que le toque el as de picas son grandes. Esta vez la partida ha sido larga. Un cuerpo a cuerpo con el amor y tantos corazones ya sobre el pequeño tapiz verde es mucho para encajar en un día.
Como movido por la intuición Ben se gira. Los mira.
Podéis abandonar la partida por hoy. Considerad que habéis ganado los dos. ¡Venga!
Nada. Están absortos mirada en mirada. Les puede el riesgo y el curso de la historia.
Pamela con una lentitud de butoh saca su carta.
¡Mierda!
Jim clava sus ojos en los de Pamela. Sobre la mesa cerca del revólver, la flor y el recuerdo aparece el as de picas.
Pasa sus dedos sobre cada uno de ellos. Lentamente.
Evita el recuerdo. Sabe que si lo roza demasiado cerca le sobrecogerá e influenciará. Sabe que el último que recogió ahondó en su historia y el cambio fue notorio.
Se imagina escoger la flor. Sabe que tenderá a la ternura, que tendrá ganas primero de quererse y luego de abrazarla. Cariño, caricias, presencia, toma de conciencia. No. Basta. Coge el revólver. Apunta a Pamela. Su pecho se ofrece en entrega, se siente preparada. Ben corre, trata de alcanzar el revólver. Sabía que esto podía pasar pero es la primera vez, teme, claro que teme. No deja lugar al temblor de sus entrañas y se abalanza sobre la mesa.
Tarde.
Jim ha disparado en su propia cara.
Jugaban a las cartas con los universales mientras se sentían eternos. Sentirse eterno es escoger la vida.
#mujerdepalabra
Arte: Katrien de Blauwer
(Homenaje al cine negro)
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