Con sus manos había decidido volver a pintar el mundo. Una a una borraba o trasladaba las pecas de su piel. Al fin y al cabo sentía que si empezaba una nueva vida tenía derecho a cambiar incluso el mapa de su propio paisaje.
No recordaba dónde había aprendido el arte de borrar y trasladar la memoria, pero allí estaba demostrándose a sí misma que si descontaba su historia, el cuadro cambiaba de tonalidad.
Para permitir la belleza de lo nuevo, se desnudaba de su pasado, piel nueva expuesta y abierta para adentro. Borradas las palabras ya usadas, los movimientos mecánicos, las reacciones, borrada la consistencia desarmónica de los silencios, soplados los miedos; era un lienzo presente donde crear un lenguaje mano en mano, aliento en, piel junto, sonido en eco.
Los pájaros le acompañaban en su canto interior. Oía una musiquita delicada y permanente desde que había cantado ella misma a la luna llena abierta en la ventana del ático del barrio de una cuidad concurrida donde había venido para quedarse.
Hace unos pocos años no se hubiera imaginado trocar su cielo marítimo, ni su faro, por la ciudad. La vida y sus sorpresas, sonreía totalmente entregada a la mirada que se abría más allá de su mar, en el horizonte del brillo de los ojos más extenso aún que su sueño más alocado.
#mujerdepalabra
Arte: Edu Martinez
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