La lluvia desdice al viento que rehuyó al sol. Enjundia de la delicadeza de las gotas que caen sobre las azules hierbas. Recogida frente al fuego que crepita, reconozco los intersticios de la llovizna al cante de los pájaros.
¿Será tan alegre su palabra para quien entienda su gorjear? De las plumas a las alas florecen luces que se enhebran y danzan. Entender más allá de los comunes sentidos, por piel erizada y oloroso deseo. ¿Dónde nace la alegría de los corazones ebrios?
Hermosa la lluvia constante, la fragancia a tierra batida por los pequeños tambores acuáticos. Callan los pájaros cuando cae, no por guerra o adventicios miedos a fuegos que derrama el cielo, o a máquinas que talan la madera y ahuyenta a las bestias. Callan los pájaros de la lluvia mientras se resguardan de las gotas entre ramajes bajo su toldo de hojas.
Belleza de la naturaleza que se organiza en baile preciso de afinidades. Contempla la hierba al insecto que se posa, que mira la gota y observa cómo deforma sus antenas. ¿Existen los espejos para los bichos?
Todo se expande en luz y sagrada geometría cuando el humano deja florecer la constancia de las estaciones, mas eso era otra era.
La melancolía es una manta frente al fuego, huele a alegría que recorre y trepa por los vacíos que llena del sonido suspirante de llamas que lamen a besos la precisa madera cortada con las manos.
El tiempo se alarga. Sin prisa. Sin pudor al ralentí del pulso que se acelerará de nuevo en miradas cómplices. Ahora en légamo tiempo, el sonido es eco que retumba en corazón.
Mi cueva es un viaje hacia adentro, dirime y canta. En mi templo busco las palabras que no resuenen lejanas, arbitrarios signos gorgotean; en mi templo sueño las palabras que huelan al sonido del sol en la lluvia.
En voz y vídeo, aquí:
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